El Muro y la Burguesia Deportiva.

Han pasado 20 años. Hace dos décadas, el 9 de noviembre de 1989, se desplomó el Muro de Berlín, escisión entre dos mundos irreconciliables. La caída de la cortina de Hierro pareció anunciar el fin de la historia, el ocaso de las utopías y el crepúsculo del progreso. Pero las ideas “no tienen historia” (Marx), son eternas; trágicamente, las líneas de la historia se desdibujan en un devenir de trágicas tragedias discontinúas. No obstante, la transformación marco para algunos historiadores el cierre del siglo XX, mientras que para otros significo el suicidio anunciado de los antiguos (meta) relatos. Hasta la noche de noviembre, la puerta de Brandenburgo fue la zona cero de tres décadas de hielo en la humanidad.
Otrora, la desmembración del Muro trajo anhelos soñolientos, y tendió una soga eterna por la cual retornar a las letras jubilosas del pasado, y luego escribir las tablas nuevas de un futuro renovado. Pero, en la actualidad, el sendero de los días se funde entre aquellos tiempos de Guerra Fría y este mundo dividido por murallas invisibles: “en los mapas no figura, pero esta. Hay una pared que pone en ridículo la memoria del muro de Berlín; alzada para separar a los que tienen de los que necesitan, ella divide al mundo entero en norte y sur, y también traza fronteras dentro de cada país y dentro de cada ciudad. Cuando el sur del mundo comete la osadía de saltar esa pared y se mete donde no debe, el norte le recuerda, a palos, cual es su lugar. Y lo mismo ocurre con las zonas malditas de cada país y de cada ciudad”, Eduardo Galeano.
Claro, sobre estos muros no se habla, y los poderosos se afanan en disimular lo indisimulable. Los expertos en el arte del ocultísimos se inspiran para obviar lo obviamente obvio...
La promesa que trajo la caída del Muro (de la Vergüenza), actualmente, se avergüenza de la desvergüenza de las vergüenzas del hombre. Porque ahora, entre dos tierras desiguales, se quiebra la frontera planetaria. Ricos pocos y pobres muchos. Y la malnutrición, la indigencia, el deterioro sanitario, y la pauperización de las condiciones de existencia, son la expresión de un enfrentamiento belicoso sin territorio bélico entre fuerzas de potencias asimétricas. Por lo que, “la oportunidad histórica que constituía la caída del muro de Berlín se ha desperdiciado”, comenta Ignacio Raminet, “el mundo de hoy no es mejor. La crisis climática hace pender sobre la humanidad un peligro mortal. Y la suma de las cuatro crisis actuales –alimentaría, energética, ecológica y económica– da miedo. Las desigualdades han aumentado. La muralla del dinero es más imponente que nunca: la fortuna de las quinientas personas más ricas es superior a la de los quinientos millones más pobres”. Sintomatogia de una gran separación, más cruel, más miserable, pero también más oscuramente oscurecida.
Ahora, la neoburguesia contrabandista enceguece a la ciega sociedad con sus manifestaciones ficticias de universalidad e igualdad social, y como hormigas y parásitos petulantes muerden nuestras almas inocentes. Entonces, el bullicio de las moscas liberales proclama la maldición sobre el pescuezo de los cuerpos mundanos. Cretinos. ¡Nausea, nausea! el Muro no cayo, al contrario, es cada vez más alto.
Otrora, la desmembración del Muro trajo anhelos soñolientos, y tendió una soga eterna por la cual retornar a las letras jubilosas del pasado, y luego escribir las tablas nuevas de un futuro renovado. Pero, en la actualidad, el sendero de los días se funde entre aquellos tiempos de Guerra Fría y este mundo dividido por murallas invisibles: “en los mapas no figura, pero esta. Hay una pared que pone en ridículo la memoria del muro de Berlín; alzada para separar a los que tienen de los que necesitan, ella divide al mundo entero en norte y sur, y también traza fronteras dentro de cada país y dentro de cada ciudad. Cuando el sur del mundo comete la osadía de saltar esa pared y se mete donde no debe, el norte le recuerda, a palos, cual es su lugar. Y lo mismo ocurre con las zonas malditas de cada país y de cada ciudad”, Eduardo Galeano.
Claro, sobre estos muros no se habla, y los poderosos se afanan en disimular lo indisimulable. Los expertos en el arte del ocultísimos se inspiran para obviar lo obviamente obvio...
La promesa que trajo la caída del Muro (de la Vergüenza), actualmente, se avergüenza de la desvergüenza de las vergüenzas del hombre. Porque ahora, entre dos tierras desiguales, se quiebra la frontera planetaria. Ricos pocos y pobres muchos. Y la malnutrición, la indigencia, el deterioro sanitario, y la pauperización de las condiciones de existencia, son la expresión de un enfrentamiento belicoso sin territorio bélico entre fuerzas de potencias asimétricas. Por lo que, “la oportunidad histórica que constituía la caída del muro de Berlín se ha desperdiciado”, comenta Ignacio Raminet, “el mundo de hoy no es mejor. La crisis climática hace pender sobre la humanidad un peligro mortal. Y la suma de las cuatro crisis actuales –alimentaría, energética, ecológica y económica– da miedo. Las desigualdades han aumentado. La muralla del dinero es más imponente que nunca: la fortuna de las quinientas personas más ricas es superior a la de los quinientos millones más pobres”. Sintomatogia de una gran separación, más cruel, más miserable, pero también más oscuramente oscurecida.
Ahora, la neoburguesia contrabandista enceguece a la ciega sociedad con sus manifestaciones ficticias de universalidad e igualdad social, y como hormigas y parásitos petulantes muerden nuestras almas inocentes. Entonces, el bullicio de las moscas liberales proclama la maldición sobre el pescuezo de los cuerpos mundanos. Cretinos. ¡Nausea, nausea! el Muro no cayo, al contrario, es cada vez más alto.
En tanto, el deporte, espejo de la vida y prolongación de los deseos humanos, también se encuentra vampirizados por una “logia masónica” (Panzeri) que ilícitamente licita la alegría de los pueblos en su parlamento fraudulento. Porque, inescrupulosos, las sanguijuelas lucrativas engordan sus cuentas bancarias de manera vomitiva, llenan sus bolsillos millonarios a costas de la insaciable extracción sudorípara de los atletas deportivos. Porque si algo significo la caída del Muro de Berlín en el deporte, eso fue la desnutrición y la destrucción de las antiguas gestiones políticas del deporte en el Estado. Símbolo triunfante y bandera flameante de los atletas y países comunistas. Así lo cuenta Fernández Moores, “en los años de la Guerra Fría, el comunismo y el capitalismo trasladaron su batalla al deporte. Los atletas comunistas marcaron historia en los Juegos Olímpicos y fueron símbolo de una fenomenal política de cultura deportiva y preparación científica. La caída del Muro destapó la contracara del doping y la extorsión política. Las piedras, eso sí, cayeron de un solo lado. Occidente prefiere llamar libertad a las manifestaciones chauvinistas de sus campeones. Y calificar de errores individuales sus políticas de doping planificado”. Nefastas consecuencias provoco el hundimiento del Telón de Acero en la actividad física, por lo que el fango occidental chupo hacia profundas y turbias aguas imperialistas al glorioso deporte oriental.
Se recuerda que el éxito comunistas estuvo representado en el medallero olímpico. Para ello desarrollaron una tecnología deportiva meticulosa, precisa e intensiva con objeto en la clasificación y heteregoneizacion de los atletas según su predisposición hacia una determinada especialidad. Preparación, entrenamiento muscular, resistencia, disciplina y políticas estatales fueron las recetas para la creación de (súper) campeones olímpicos. En los Juegos Olímpicos de Helsinki de 1952, el seleccionado húngaro liderado por Puskas, “la izquierda mas esclarecida del comunismo” (Fontanarrosa), se erigió en los mas alto del podio. En Melbourne triunfo la URSS de Yashin, seguida por Yugoslavia y Bulgaria. Mientras que en Munich 1972, el soviético Valery Borzov fue el último blanco en la ganar los 100 metros. Asimismo, los nadaderos República Democrática Alemana (RDA) desplazaron de la cima a los occidentales, y los records mundiales y olímpicos eran “propiedad privada” del Este. En México 68, Checoslovaquia aportó la figura de la gimnasia Vera Caslavska, estrella de la competición, y la RDA llegó en quinta posición por delante de la República Federal. La nadadora Kristin Otto (RDA) ganó seis medallas de oro, y los doctorados occidentales que empachan a sus atletas con morfina gritaron, histriónicos, denuncias de dopaje. Mas tarde, en 1972 en Munich, la gimnasta soviética Olga Korbut se colgó el oro, y la URSS venció a Estados Unidos en la final del básquet. Allí, la RDA (3º) obtuvo 66 medallas y 20 de oro. En paralelo, la épica cubana era expresión manifiesta de la eficiencia institucional en la isla. Por otra parte, se sabe, que la participación del bloque comunistas no fue aceptada por el COI entre 1968 y 1988 de manera unánime. En Moscu 1980 y los Angeles 1984, la oligarquía deportiva utilizo su aparato restrictivo para boicotear el desempeño olímpico de los campeones orientales. Antes, ya habían cosechado 403 metales (151 de oro). El campeonato de Seúl 1988 marco el principio del fin para el bloque comunista; la Unión Soviética fue líder con 132 medallas (55 de oro), escoltada por la RDA con 102 y 37 doradas. En Barcelona 92, las naciones soviéticas participaron juntas por última vez como Mancomunidad de Estados Independientes, y acumularon 112 medallas (45 oros). Mientras que en Atlanta 1996 Rusia acabó en el segundo escalafón con 63 medallas (26 oros), y fue tercera en Beijing 2008.
En sintonía, descuartizado y desmantelado quedo el deporte coetáneo; reino de los cielos para el comercio de comediantes mercantilistas. Reyes que hacen del deporte la mas impune de las “actividades publicas” del imperio yankee. Signado por las practicas delictivas de las organizaciones elitistas, y atrapado por los tentáculos asfixiantes de una burguesía con tendencias gansteriles. Causa y efecto, de la desaparición de políticas estatales destinadas a la actividad física y la recreación. Aquí, el cronista recurre a Dante Panzeri, quien brotaba denuncias de su pluma díscola, “defraudación, estafas o drogadicción, con el amparo de la inocencia admitida en quien delinque en cumplimiento de mandatos societarios siempre anónimos, por masificados que son los pronunciamientos de las asambleas, en los cuales se escudan aquellos delitos para impunidad de sus verdaderos autores”, referencia a los colmillos tecnocraticos que masticaron, mastican, y masticaran, por los siglos de los siglos, la competencia atlética y la actividad física.
Hace dos decenios se desmorono el Muro, pero el mundo aun continua derechamente dividido. Las cortinas de humo, indescifrables, desdibujadas, y perdidas entre puntos de fuga mercenarios, estafan el futuro de los pueblos, y son el alimento fantasmagóricos de corrompidos espíritus pendencieros. Porque, no se ven, pero están. Son los olímpicos muros de Bush, de Sharon, de Blatter, y del COI, que mantienen la exclusión, la explotación, la (des)portización, y las desiguales.
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